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 Clara, un cuento

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Matias Schwindt
enetevegeros nuevos
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Cantidad de envíos : 2
Fecha de inscripción : 25/09/2012

Clara, un cuento Empty
MensajeTema: Clara, un cuento   Clara, un cuento Icon_minitimeMar Sep 25, 2012 6:30 pm

Hola a todos, mas que una frase les dejo un cuento que escribi inspirado en la cancion "Clara"

Clara



“Se queda con su foto en un rincón,
Y sueña encontrarla arriba”
NTVG




Y que le importaba lo que pensaran del si iba tan seguido al cementerio. Si entraba con paso lento pero firme por las enormes puertas de hierro sin saludar al de la entrada y se metía entre los pasadizos de la necrópolis y daba vueltas entre los mausoleos, como demorando su llegada, como quien hace tiempo antes de una cita importante, esperando que sea la hora, demorando sádicamente lo que anhelaba intempestivamente; visitar la tumba de Clara .
Entonces, cuando al fin llegaba y pasaba la mano por la blanca y pulida lapida que llevaba su nombre, sin poder evitar recorrer con los dedos cada una de las letras talladas en el mármol y sentir como si el tiempo y el espacio se detuvieran en vilo, extasiado de recuerdos, perdía la noción de las horas y llegaba tarde a su casa con ese semblante que Verónica conocía tan bien, como quien regresa de una desastrosa batalla, con la cara destrozada de lágrimas, con los hombros caídos y la mirada perdida. Como quien vuelve ante una madre luego de haber cometido el más vil de los pecados y solo espera el consuelo. Y Verónica lo amaba más que nunca en ese instante, porque así lo había conocido, débil e indefenso, con esa mirada sincera y dolida. Y cada vez que regresaba así, Fernando se desplomaba en sus brazos y lloraba y gemía en su regazo porque no podía; no podía evitar ese sentimiento de derrota al haber estado frente a su tumba, donde descansaba su cuerpo, sin poder asir ni siquiera la esencia de Clara .
Porque había pasado los dedos por cada una de las letras de su nombre. Porque esos dedos habían remarcado el nombre de Clara Silvera . Y ese nombre, tan vulgar, tan común, tan lleno de nada para los demás era para él lo más cerca que había estado de la felicidad.
Lo tomaba y lo pensaba perplejo, Clara, veía cada una de las letras juntándose para darle el completo significado. Silvera . Porque con imaginar o escribir Clara no había necesidad de agregarle el apellido. Y solo lo hacía ante la necesidad de acoplarla al mundo común, donde todos precisaban diferenciarse.

Clara Silvera.

La vida de Fernando había quedado estancada a las diez de la mañana del cuatro de febrero de 1989, cuando el teléfono había sonado y desde un hospital le habían informado del destino de Clara . Y por más de que los amigos lo apoyaran y le quisieran dar fuerzas, de que los familiares le insistieran en que la vida seguía y él debía seguir jugando el juego, él era de esa gente que no podía resignarse ante el destino, era de los que recurren al recuerdo de algo perdido a cada instante. Aunque en algunos periodos esos recuerdos subyacen en la mente sin molestar permitiendo llevar una vida común, cada tanto llega un momento en el que renacen, como si brotara una raíz dormida, una maldición arraigada en el corazón para siempre. Entonces llegado el momento en que el recuerdo renacía y se hacía imposible seguir evitándolo o distrayéndolo, Fernando tenía que salir corriendo hacia el cementerio.
Verónica lo amaba aunque sabía que él no, que nunca la amaría como a Clara , lo amaba aunque cada vez más seguido los ojos de Fernando fulguraran el amor hacia la otra mujer. Y aunque su corazón se entristecía y se molestaba y odiaba ese maldito nombre, ella no podía negar que ese amor era demasiado puro, era demasiado verdadero como para culparlo a él.
Los años en vez de cerrar la herida parecía que la habían abierto cada vez más y ella empezó a ver como Fernando asistía cada vez más seguido a la tumba de Clara y como cada vez, volvía con las manos llenas de heridas y sangrando, con los dedos deshechos, llenos de sangre. Al principio no entendía porque, aunque se lo había preguntado a él, que se callaba y no le respondía y la evitaba. Hasta que un día lo siguió hasta el cementerio y observo atónita el ritual de Fernando de pasar frenéticamente una y otra vez los dedos por el nombre incrustado en la piedra de Clara Silvera . Hasta que los dedos le sangraban y la sangre quedaba impregnada en el nombre tiñéndolo de rojo.
Verónica aceptaría eso y no lo dejaría, aunque sus días se volvieran amargos por no lograr igualar el amor de Fernando hacia Clara, no iba a abandonarlo porque lo quería aunque fuera así. Aunque había empezado a ver escritas en las paredes de su casa, el nombre de Clara escrito con sangre. Por más que cada vez aparecían con más frecuencia y en todos lados, en las paredes, en el baño, en el piso, ese nombre, ese ente que empezaba a desmoronarla, esa mujer que nunca había conocido, pero que también se había apoderado de su vida. Silvera . En los cuadros, en las sabanas. En su propio cuerpo. Clara . Al principio había tratado de limpiar, de sacar la sangre de todas partes, hasta que ya fue irremediable. Silvera . La sangre no salía así nomás. Y la casa empezó a llenarse de ese nombre. Clara . Hasta que Fernando no salió más de la casa. Silvera . Día a día, mes a mes. Clara . Hasta que ella misma, Verónica, tampoco salió más observando aterrorizada, como todo el lugar se iba volviendo púrpura, como Fernando escribía en las paredes, el techo, el piso, sus cuerpos, el universo, ese nombre, ese maldito nombre.

Clara Silvera

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